jueves, 18 de abril de 2013

El cuaderno de "Derivas" de Carlos Vásquez Tamayo (@tamayovasquez en Twitter)


Las 'Derivas' de Carlos Vásquez Tamayo
Trecho de una carta fraternalmente interceptada

Sobre el cuaderno de 'Derivas' del poeta y filósofo Carlos Vásquez Tamayo, que circula en Twitter como @tamayovasquez.

Un trecho de un carta en la que el poeta habla de su experiencia con las 'Derivas' que fluyen en su "pequeño cuaderno", que da cuenta de primera mano de la condición de surgimiento de estos fragmentos poéticos que nos comparte a través de su cuenta en Twitter y que tiene, además, el natural carácter de la reflexión propia sobre el acto de creación.

«(...) he estado frenético con mi pequeño cuaderno, días y días, como si fuera una novela y no sé qué es, parecen restos, pequeñas llamas, lo intuyo porque se apagan de golpe, mínimos incendios de ser, estar en mí y pensarme, a la vez son imágenes y combustión y una cierta inteligencia de las cosas que se busca, más bien despiadada, directa, sin concesiones, el hecho es que escribo y no me esfuerzo y la escritura lo invade todo, una vez me dijiste que a partir de mis derivas podía surgir algo, yo no lo creo, estoy embriagado en la brevedad, sé que puede ser una trampa, no excluyo que sea la fatiga o la facilidad, pero a la vez me digo: y tanta ansiedad, mi sensación de desamparo cuando no escribo, ¿no será la dificultad que luego se compensa? hago lo que puedo, más porque lo quiero que por poder hacerlo, un pequeño cuaderno, una vida, los días de esta vida mía que no sé dónde van, estoy desasido, despegado de todo, sin mí siquiera, no me humillo ni me trato mal, no es que me soporte, estoy en un estado más bien de displicencia, estado de escritura, no displacer sino desapego, no quiero que cuaje nada, si fuera así me exigiría, puede que sea el desencanto pero si lo miro bien las derivas no tienen el tono de un alma dolida, o traspasada, son como señales que no apuntan a ninguna parte (...) y mira que dije en la BPP que escribir no es oír y que no me dictaba y ahora resulta que: escribo moviendo los labios, la frase existe desde antes, se me ocurre en los labios o al menos es allí donde cobro conciencia de ella e inmediatamente la escribo, a veces se varía un mínimo, el tiempo que escribirlo da, no corrijo, no tacho, más bien al vuelo cambio una palabra por otra, estoy podando a la vez que escribo, también están las posturas del cuerpo, elegí la incomodidad, si bien escribo en mi poltrona del estudio, quedo allí encajonado, los brazos están como presos, es como moverse en una caja y liberar las manos para hacer señas, escribo sobre mi rodilla, el muslo es mi mesa y así me paso las horas, toda esta mañana y la de ayer, es la sensación de estar conectado, pero también el intervalo, las separaciones, las grietas, hoy vi de pronto que faltaban cuatro hojas y tuve la sensación que sabía dónde iba, tuve la conexión, la inspiración, nunca se puede estar seguro, abundan las interferencias y aunque en la última página sentí la intención no dejé que me desviara y lo hice lo mejor que pude y terminé, invoqué la dulzura, la ternura, me fijé en mí y no me tuve lástima, más bien me agradecí, terminar un cuaderno no es nada, lo único que hice fue poner al comienzo unas fechas, es el día y los días, en su delgadez, en su infinita tristeza, limpios y oscuros, luminosos y fríos, los días que son el río que arrastran. [...]»
Carlos Vásquez T.


martes, 14 de junio de 2011

La sangre de los Borges de Moncorvo...

Carta de Jorge Luís Borges a Fernando Pessoa


La sangre de los borges de Moncorvo y de los Acevedo (o Azevedo) sin geografía puede ayudarme a comprenderte, Pessoa. Nada te costó renunciar a las escuelas y sus dogmas, a las vanidosas figuras de la retórica y al trabajoso empeño de representar a un país, a una clase o a un tiempo. Acaso no pensaste nunca en tu sitio en la historia de la literatura. Tengo la certidumbre de que te asombran estos homenajes sonoros, de que te asombran y de que los agradeces, sonriente. Eres ahora el poeta de Portugal. Alguien, inevitablemente, pronunciará el nombre de Camões. No faltarán las fechas, caras a toda celebración. Escribiste para ti, no para la fama. Juntos, hemos compartido tus versos; déjame ser tu amigo.

Ginebra, 2 de enero de 1985.

Jorge Luís Borges

Nota, tomada al dictado por María Kodama, como aporte de Jorge Luís Borges al libro-homenaje:

Arbaizar, Philippe; Bréchon, Robert; et al. Fernando Pessoa, poète pluiel. (1888-1935). Les Cahiers. BPI - Centre Georges Pompidou - La Différence. París, 1985. 360 pág.

viernes, 27 de junio de 2008

Serie Primera. Rainer Maria Rilke - Carta 2

París, rue Toullier, diciembre 29 de 1926

Estimado señor Rilke:

Hace más de veinte años que usted me colocó aquí, en esta misma calle de París donde las gentes vienen para seguir viviendo, y me dejó solo, deambulando por la ciudad y contándole mis impresiones, leyendo y viviendo una vida que bien podría haber sido la suya pero que usted ya no reconocía como tal o no quería hacerlo.

Y yo, como quizá también usted había hecho, me arrastré como un papel vacío por las calles de la ciudad, a lo largo de las casas y los parques, viendo como se transformaba allí la vida, como se llenaba de nuevos significados. Y usted, entre tanto, continuaba haciéndome experimentar un tiempo que siempre ha sido ajeno a mí. Yo, "mécontent de tous et mécontent de moi, je voudrais bien me racheter et m'enorgueillir un peu dans le silence et la solitude de la nuit. Âmes de cuex que j'ai aimés, âmes de cuex qu j'ai chantés, fortifiez-moi, soutenez-moi, éloignez de moi le mensonge et le vapeurs corrutrices du monde; et vous, Seigneur mon dieu!, accodez-moi la grâce de produire quelques beaux vers qui me prouvent à moi-même que je ne suis pas inférieur à ceux que je méprise"; y sin embargo, era escrito por usted, no era más que esa impresión que se encaminaba a transformarse.  Me sentía transpasado por algo y, como el cristal ante el soplete del artesano, sentía fundirse mi alma en las letras que brotaban de su mano, en esos agujeros de luz que la tinta aprisionaba en el papel.

Nunca sabremos quién de los dos fue más real; mientras usted escribía mi historia en su lado de la vida, yo escribía la suya en mi lado de la muerte.  Como habitantes de planos paralelos, nunca coincidimos completamente, ¿o quizás sí?, tal vez en aquella tarde en que yo, por usted, vi a ese hombre que había tomado mi lugar en Duval, aquel hombre que vi de improviso, inmóvil, aquel de quien me percaté precisamente por su inmovilidad, y que comprendí de repente que se encontraba tieso de terror, que era el terror el que le había paralizado y que ese terror, era un error de algo que estaba ocurriendo en él mismo, como si dentro de él se rompiese un vaso, como si un veneno temido durante mucho tiempo penetrara en ese instante el ventrículo de su corazón, o como si un gran absceso creciese y estallase en su cerebro que ya no se defendía.  Ese hombre pudo haber sido usted.

Ahora nuestro planos se han intercambiado, pronto seré yo quien deba escribir su vida desde el lado de la vida para soportar la mía, para sentirla posible; mientras usted escribe la mía desde el lado de la muerte, y así una y otra vez, en este ciclo infinito.  Quizás cambiemos los nombres, podríamos también servirnos de otras lenguas, pero seremos los mismos, los habitantes de esa patria sin bordes ni tiempo que es la literatura, allí donde nuestras manos distantes no parecerán seguir nuestras órdenes y trazarán palabras que no habremos pensado.  Y llegarán los tiempo de la otra explicación y las palabras se desatarán, y los significados, desde de haber sido nubes, nos lloverán en los ojos.

Puedo sin embargo imaginar que usted está aquí, ¿lo comprende, señor Rilke?, sé que debe usted comprenderlo.

Suyo,
Malte Laurids Brigge

lunes, 23 de junio de 2008

Serie Primera. Rainer Maria Rilke - Carta 1

Val-Mont (Suiza), diciembre 29 de 1926

Apreciado señor Brigge:

De todas las ocasiones en que he querido escribirle, y en que por una u otra razón no lo he hecho, ha nacido esta carta que quizás diga poco, toda vez que es posible que el único medio que nos queda para hablar, sea el de encontrarnos en ese lugar al que me dirijo y del que nada sé, pero del que alguna vez creí salvarlo a usted. Es cierto, sólo en una conversación podré llegar a saber de usted todo lo que no quiso contarme cuando fue mi escribiente, cuando su alma se apoderó de mi tintero y de mi pluma y, una a una, fueron brotando las páginas de ese diario en el que usted logró condensar, de una forma que yo fui el único en no entender, las inquietudes que aún hoy, ad portas de este nuevo camino, viajan conmigo como único equipaje: la Soledad, el Sentido de la Naturaleza, el Amor y, por encima de todo, la Muerte.

¡Ah! su libro, ¡cuán extraño me sería si lo leyese hoy! A pesar de que la puerta esté abierta no logro ver lo que hay del otro lado, no se trata de una simple oscuridad, se trata de una ceguera en la que no todo es negro, sino de colores cambiantes pero sin profundidad, que se repite alternadamente como las notas de una canción que no acaba, infinita, sin bordes.  En su libro, las ideas tenues acerca de los autores y los libros que lee, las impresiones de sus paseos por las calles de París, los relatos de sus angustias, y esa incandescencia de la voluptuosidad que surge esporádicamente —"cette volupté à la fin c'est un sentiment fixe come il y a des idées fixes; c'est un entêtement du cœur"—, y acompaña la cercana experiencia de la muerte, con la que todo allí está evidente y repentinamente relacionado.  Tal vez debí haberme detenido, cortar en el momento justo, abruptamente, y decir: ¡Basta! no obedecer más a sus dictados, bajar mis manos para recomenzar su canto desde allí, para hacerlo, una vez más, aire y aliento y sobra que siempre acompaña, para hacerlo devenir sangre, espíritu y así permitir al silencio instalarse antes de partir de nuevo, antes de ser habitado por otros ruidos, por su presencia que llenaba de terror y sombras mis papeles.  Pero no lo hice, no me detuve a pensar por un instante en las consecuencias que tendría para mí, no me detuve a pensar cuánto de mí se iría con ese libro.

Ahora, cuando la muerte está de mi lado , cuando la vida se ha convertido en ese lado de la muerte que no está iluminado para mí, comprendo cómo su libro llevaba esa concepción de una vida tan pendiente de un abismo sin fondo que la hacía imposible, comprendo cómo la muerte, esta muerte que ahora me envuelve, y que me ha despojado de mi cuerpo que ha entrado ya en comunicación con la tierra, no es una forma de la vida verdadera, sino que la vida es otra forma de la muerte verdadera, que cruza por ambos territorios, que se mueve entre uno y otro como el péndulo del reloj de la torre entre las parede de esta.  Gracias a usted, comprendí que no existe un más acá ni un más allá, sino la gran unidad; comprendí que los seres que en ella morarían, los ángeles, aquellos seres que nos sobrepujan, que nos consternan y que nos recueran que dependemos de lo visible, que somos esclavos del ojo y que por ello, estamos siempre expuestos a las trampas de la vida; ellos, no habitan allí, no pueblan esta gran unidad sino la unidad aparente que queremos dar a las ideas en el mundo, la unidad con que intentamos salvarnos de nuestros sentidos y que trabajamos apasionadamente como abejas de lo invisible.  "Nous butinons éperdument le miel du visible pour l'accumuler dans la grande ruche d'or de l'Invisible".  Por esto sudaban mis manos cuando usted me hacía escribir, cuando su alma se reía entre la pluma y el papel con la carcajada sorda de una esfinge y surgían allí las palabras, esas palabras prisioneras de su irreparable sujección al ojo: "Aprendo a ver, no sé por qué, todo penetra en mí más profundamente y no permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre.  Tengo un interior que ignoraba. Así, desde ahora. No sé lo que pasa."  Por eso sentí que la vida se me iba en las páginas de su libro que estaba obligado a escribir, de su libro que siempre supe como tarea inapelable.

En esta ocasión la hora del correo no me apremia pues esta carta que estoy escribiendo tampoco será enviada, todo aquello que quisiera preguntarle aquí, ya lo habré preguntado de algún modo, o lo haré cuando pueda hablarle, cuando su alma se siente junto a la mía en las escalinatas de alguna edificación por la que ya no pase nadie o no haya pasado nunca nadie.  Perdidos entonces en la inmanencia de un lenguaje más puro y perfecto, encontraremos aquellas certezas que no cobijaron otrora nuestra relación, las encontraremos mientras padecemos el tiempo eterno que se esconde en el instante, que en sí mismo se oculta.

Recuerdo aquel momento en que creí haber visto la muerte y pasado de largo, y me convencí de que ya nunca tendría que ir a su encuentro, sino volver atrás, sobre mis pasos, y entonces ella aparecería como la primera vez.  Pero no estoy seguro si fue usted o fuí yo quien vió así a la muerte, quien pasó de largo a su lado en aquel tiempo en que mi pecho se sentía orpimido con el peso y la gravedad de no sé qué cosas, en aquel tiempo en que me sentía estático, estancado como el agua verde de un lago artificial al que ya nadie mira; entonces, cuando au lieu de pénétrer, les impressions me percent, cuando las impresiones pasaban de largo a través mío dejándome cada vez más vacío.

¿Dónde se encuentra, apreciado señor Brigge? ¿Cuándo podré por fin verlo?  Ahora que yo he penetrado en su espacio, ¿qué debo hacer para acabar de conocerlo? ¿Esperar tal vez? ¿pero a qué equivale eso en este lugar sin tiempo, en este pliegue de la Hora?

Permítame estrechar calurosamente sus manos.

Rilke.

(Carlos Ciro. 2001)

Serie Primera. Rainer Maria Rilke - Advertencia

Las cartas que aparecerán a continuación son un ensayo (en el sentido más simple del término) de interpretación de algunas obras de Rainer Maria Rilke, entre ellas, los Apuntes de Malte Laurids Brigge, que a manera de homenaje, y con la convicción de la imperfección del resultado, pretende reconstruir el estilo epistolar de Rilke y el que hubiera tenido su personaje Malte en misivas ficticias. Las referencias bibliográficas y citas en ellas contenidas han sido reformadas u obviadas por cuestiones de estilo.